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CUENTO: TOMÁS Y LA ESTRELLA



"Leer y soñar ayudan a conectar o a desconectar, según el momento que estemos atravesando".
No dejes de leer, no dejes de soñar.

Eran las 4:00 de la madrugada del 4 de enero de 2010. Tomás se levantó de la vieja hamaca en la que dormía desde los 4 años. El tío Fermín, con su gran vozarrón, siempre tosco, siempre rudo, sin el más mínimo gesto de cariño, lo despertaba cada mañana a la misma hora para salir a pescar. Al menos cuatro veces por semana repetían la misma rutina.

Suben las redes a la pequeña lancha, Tomás de 12 años, su primo Pancho de 17, hijo de Fermín y por supuesto, el malhumorado del tío Fermín. No es que Pancho fuera un pan de azúcar, pero nunca tan amargado como su padre. Tomás es hijo de una hermana del tío Fermín, llamada Estrella, que falleció en un accidente de autobús en carretera, cuando Tomás era aún muy pequeño. Nunca supieron quién era el padre, porque abandonó a Estrella al enterarse de que estaba embarazada. Fermín se encargó del pequeño, a regañadientes; aunque por fortuna, Blanca, su mujer, de buenos sentimientos, se ocupó de su crianza como si fuera otro hijo, dentro de sus grandes limitaciones, que no eran pocas, pero lo asumió con cariño.

Mientras tanto, en la orilla de la hermosa playa del Caribe en la que viven y de donde salen cada mañana para navegar mar adentro a ver qué logran pescar, todo es naturaleza y perfección. Arena blanca, cielo azul claro, mar en calma que deja una estela blanca de oleaje suave, sonido relajante que regala paz, graznido de gaviotas que alzan el vuelo, planean en bandada y regresan a posarse en la arena, niños tostados por el sol, que corren, juegan y se esconden dentro de los barquitos de pescadores. Espectáculo para disfrutar y contemplar.

Al regresar de la faena de pesca, sacan los pescados, los colocan en cajas plásticas y los llevan adentro del ranchito donde viven, para que la buena de Blanca los separe, unos para vender en la pescadería ambulante que monta Fermín a pie de carretera y que los temporadistas suelen comprar, porque saben que es pescado fresco; y los otros, para el pequeño restaurant que llevan entre los dos, donde van a comer algunas personas del pueblo y muchos turistas.

El regreso en la lancha, algunas veces coincide con el amanecer y Tomás disfruta tanto ese paseo que, extasiado contempla el horizonte, absorto en el firmamento matizado de colores que van del naranja al rosa, que se entrelazan, se confunden y se difuminan. Sus ojos llorosos, irritados por la luz incandescente, siempre están fijos en ese sol naciente que despunta al alba, que se vuelve enorme y brillante, que da vida, luz y calor, que alumbra, que alegra, que va apareciendo despacito, lentamente, hasta mostrar el nuevo día, ese que representa un rayito de esperanza, aun cuando Tomás no sepa qué esperar, porque su vida transcurre siempre sin novedad, cada día igual. Pero una vocecita en su interior, le sopla cada amanecer, que espere, que llegará el día en el que pueda descubrir qué es eso que debía esperar.

Los días que no salen a pescar, Tomás se levanta un poco más tarde, como a eso de las 5:00 de la mañana y el mismo ritual de contemplación que hace en el barquito desde mar adentro, lo repite tendido sobre la arena.

Tanto la familia, como los niños y pescadores del lugar, suelen reírse y burlarse de Tomás, porque dicen que es un pobre soñador.  Parece que envidiaran su alegría, su sonrisa y su buena disposición para todo. Él, por momentos se pone muy triste, porque no lo entiende, pero cuando lo piensa un poco, se le pasa, no sabe por qué, pero simplemente, le gusta ser como es y deja de sufrir.

Tomás es un niño bueno, no sabe leer, escribir ni sumar, pero es muy inteligente y todo parece saberlo, entenderlo y en el mejor de los sentidos, aunque sin saber lo que eso significa, es un gran soñador, no un tonto ni un iluso, como quieren hacer ver los otros.  Cada noche, desde que murió su madre, cuando tenía 4 añitos, rezaba al Ángel de la Guarda y al final decía: «Amén, bendición mami», como ella misma le había enseñado desde que nació, y aunque Tomás casi no podía recordarla, aquellas palabras se habían quedado grabadas en su mente y en su corazón.

Un viernes a eso de las 7:00 pm, extenuado de un largo e interminable día de trabajo, Tomás decide tenderse sobre la arena, algo que no solía hacer de noche. Era un escenario oscuro, en el que no podía ver el mar que tanto le gustaba, ni tampoco los colores hermosos del cielo como lo hacía al alba, pero descubrió que podía escuchar y sentir el sonido relajante y pacificador de las olas, se enamoró de ese regalo para sus oídos y lo disfrutó por un largo rato. Descubrió también que podía contemplar las estrellas plateadas como chispas de luz, esparcidas por todo el firmamento. Pero algo más ocurrió esa noche… entre una enorme cantidad de estrellas, percibió una que era diferente a las demás, era más grande, titilaba y parecía susurrarle algo. En un primer instante sintió miedo, mucho miedo de ese susurro. Pero pasaron unos instantes, se recompuso, se calmó y volvió a oír la vocecita, la misma que ha escuchado cuando sale el sol, esa que le dice suavemente que espere, que ya llegará el momento de entender qué es lo que debía esperar.

En esta oportunidad la estrella le dijo: «Tomás, soy tu estrella, vengo de parte de tu mamá. Eres un ser de luz, pero ella sabe que no te dejan ser quien quieres ser. Siempre está contigo y te cuida desde el cielo. Vuelve aquí algunas noches» … Y así, sin más, la estrella y la voz desparecieron de su vista y de su oído. Tomás quedó tan sorprendido como lleno de paz. Experimentaba una alegría interior genuina, auténtica, muy suya, por lo que no quiso compartirla… Sabía que nadie lo entendería, lo que podría romper en pedacitos la perfecta e inmensa sensación de gozo que estaba sintiendo, y no estaba dispuesto a permitir que eso sucediera.

Tomás volvió varias noches seguidas al mismo lugar y se acostaba sobre la arena mirando al cielo, pero no fue sino hasta el viernes siguiente cuando volvió a ver la estrella titilando y unos minutos más tarde, escuchó el susurro, esta vez más claro, más nítido, que le decía: «Aquí estoy como te prometí, muy pronto verás una o varias libélulas muy cerca de ti, como si quisieran decirte algo, pero no te asustes, alégrate; cuando las veas, también conocerás a alguien muy especial». Tomás queda desconcertado como siempre, aunque embargado por la grata sensación de serenidad que le transmiten el brillo de la estrella y el dulce, breve e inexplicable susurro, que emite palabras lindas, aunque difíciles de entender.

Tomás yacía inmóvil en el mismo lugar, sobre la arena fría, casi una hora más tarde de lo ocurrido, y la humana y natural reacción fue cuestionarse a sí mismo, en su lenguaje coloquial, con la inocencia de niño que lo reviste de pureza y de ternura:

«¿Será verdad verdaíta lo que me está pasando? ¿Será de parte de mamaíta que me habla la estrellita? ¿Esto vendrá de Dios o del malo de los cachos?» Y él mismo se respondía con preguntas… «Todo parece tan bueno, me hace tan feliz y me da esa cosa bonita y calmada en el pecho ¿Por qué no sería de verdaíta? ¿Por qué no sería mi mamita? Si cada noche antes de dormir le pido que me bendiga ¿Por qué no vendría de Dios? Dicen que Dios es bueno y a mi me gusta creerlo, aunque no entienda naitica de na».

Tomás decidió ir de noche a la playa, solamente los viernes, pero transcurrieron varias semanas y la estrella grande solo titilaba, ya no escuchaba su voz. Y el noble de Tomás, aún siendo un niño, no se desanimaba, era feliz porque veía la estrella brillando y la podía diferenciar de las otras. La certeza de estar sintiendo a su madre a través de aquella estrella, crecía cada día más en su corazón.

Lamentablemente, la convivencia en casa se hacía intolerable para Tomás, le gritaban, lo regañaban por todo, se burlaban hasta de lo más insignificante que hacía, pero él respiraba profundo, miraba al cielo y se quedaba calladito.

Un sábado al mediodía, estaba Tomás ayudando a atender las mesas del pequeño restaurant y llegó una pareja joven, Margarita que tendría unos 25 años y su esposo Antonio, como de 30 años. Tomás les sirvió la comida, la bebida, retiró los platos, siempre sonriente y feliz; y ellos estaban encantados con todo. El señor pagó la cuenta, le quiso dar una muy buena propina a Tomás y le dijo:

̶ Esto es un regalo para ti, porque estamos muy contentos con tu trabajo y queremos agradecértelo, guárdalo.

El tío Fermín, que estaba cerca, vio y escuchó todo. Y al acercarse el niño a entregar el pago de la cuenta, le reclamó enseguida la propina que le dieron, a lo que Tomás respondió que eso era suyo, que era un regalo que le habían querido dar los señores porque estaban muy contentos con su atención. Y sin pensarlo, el tío Fermín, que había bebido en exceso, le dio un bofetón que lo tumbó al piso.

Antonio se levantó automáticamente de la silla y se acercó a Fermín, con ganas de golpearlo, pero conteniendo su ira, se dirigió a él, y amablemente le preguntó qué había sucedido, si podía ayudar en algo o si eran ellos los causantes del malestar entre él y el niño. Fermín deseando golpearlo más duro, le dijo que no se preocupara, que el niño había querido robarle. Margarita, su esposa, que es psicóloga, maestra y parece la “reina del autocontrol”, se tragó la impotencia que sentía, y haciendo uso de su experticia en casos de abuso y explotación infantil, le pidió permiso a Fermín para hablarle al niño y explicarle que lo que había hecho no era correcto. Con una furia que casi no podía contener, Fermín no tuvo más remedio que aceptar, ante la petición tan educada de la clienta. Margarita tomó al muchachito por la mano, con actitud de querer reprenderlo y lo invitó a sentarse afuera en la arena.

Lo primero que hizo fue decirle que no se preocupara, que ella había visto todo, sabía lo que había sucedido y acotó entonces…

̶ Solo quiero hacerte una pregunta.

Tomás, asustado, asintió con la cabeza y le dijo:

̶ Dígame.

Margarita, con la dulzura y la actitud de un ángel que parecía haber bajado del cielo, le preguntó:

̶ Dime Tomás, ¿Cuál es tu mayor deseo?

A lo que Tomás respondió con la más pura inocencia:

̶ Y ¿qué es deseo, mi señora?

Margarita sonrió y le dijo: -luego te lo explicaré, pero ¿puedes decirme entonces cuál es tu sueño?

̶ No sé lo que es un sueño, señora. Respondió avergonzado.

Prosiguió Margarita con la sonrisa que no podía quitar de sus labios, por la ternura que le inspiraba Tomás y volvió entonces a dirigirse a él, diciéndole:

̶ Tal vez sí sabes qué esperas. ¿Lo sabes?

̶ Ahhh, tampoco sé, pero eso es lo que me dice siempre la estrella, que espere, que pronto voy a saber qué era eso por lo que tenía que esperar.

De pronto una libélula comenzó a revolotear entre los dos. Margarita se puso pálida, parecía que se iba a desmayar. Tomás, en cambio, comenzó a saltar y a gritar emocionado:

̶ Ahí está, mire, es la libélula que me dijo la estrella que vendría. ¿Pero usted está bien? La cara se le puso como amarilla.

̶ Sí, estoy bien, un poco mareada nada más, solo necesito un poco de agua.

Fue Tomás a buscar el agua, con miedo del tío Fermín, pero al verlo, le dijo en tono muy bajo y con la cabeza gacha, que venía a buscar agua para la señora que tenía mucho calor.

Regresó con el agua para Margarita y afortunadamente ya el color le había vuelto al rostro.

̶ Gracias Tomás, eres muy amable, dijo Margarita.

Tomó la botellita completa de un solo tirón y le dijo:

 ̶ Sigamos entonces con lo que hablábamos. Ya me contarás de la estrella y de lo que esperas. Pero ahora quiero saber otra cosa… Cuando cierras los ojos ¿Piensas en algo? ¿Pasan imágenes por tu cabecita?

̶ Sí señora, muchas, aunque no las entiendo muy bien. Me veo a mi mismo, grande, como un señor, con una ropa blanca y una cosa larga que guinda de mi cuello, que me pongo en las orejas y tiene una parte redondita en la otra punta, y la coloco sobre pecho de un bebé sin camisa que solo tiene un pañal. También hay muchos niños sentados que parece que me están esperando. Ah y se me olvidaba, en el vestido blanco que uso, está escrito “Tomás” y otra cosa que no entiendo. Yo no sé leer ni escribir, pero mi nombre sí lo leo y lo escribo. Y de verdad que allí, en un bolsillo a un lado de mi pecho, dice mi nombre.

̶ Y cuéntame algo ¿Te gusta lo que ves? ¿Te gustaría ser como ese Tomás grande que ves cuando cierras los ojos? Lo interroga Margarita con ternura.

Y responde nuevamente Tomás con una sonrisa:

̶ Eso sí le puedo decir señora, me gusta muchísimo, quiero ser como él, igualitico a él.

Y Margarita con duda y temor a su reacción, hace un gesto para abrazarlo y Tomás le corresponde, bañado en llanto por la emoción. Fue un abrazo apretado y necesario para ambos, que parecía interminable. Margarita le comenta que, en breve, Antonio y ella, deben irse, pero tiene que hacerle una última pregunta, que se trataba nada más y nada menos que, si él querría vivir con ella y su esposo, ir a la escuela, aprende a leer, a escribir, a sumar, a estudiar mucho y ser, algún día como ese señor vestido de blanco. Los ojitos de Tomás brillaban por las lágrimas y parecían estar a punto de salir fuera de sus órbitas por la impresión mezclada con la emoción. Margarita le dice que hablarían con Fermín y Blanca para pedir su permiso, pero ella tenía que saber primero, si él quería, porque irían a vivir a la ciudad, lejos de la playa y de las personas que lo habían criado y cuidado. Asintió con la cabeza y luego respondió suavemente:  ̶ Sí quiero, mi señora, ustedes son buenos y yo quiero aprender mucho.

Margarita no podía tener hijos, ya que, debido a la presencia de un tumor maligno en su matriz, los médicos se vieron obligados a extirpar el órgano completo, pero siempre soñó con tener un hijo varón. Habían hablado de la posibilidad de adoptar, pero no terminaban de decidirlo.

Antonio, que era abogado y uno de los buenos, ya tenía el documento de adopción preparado, y había hecho todos los contactos previos. Pero… ¿Cómo? ¿Por qué? Pues porque confiaba ciegamente en la palabra de su esposa y en sus sueños asombrosos. Y lo que solo él sabía era que Margarita había soñado durante 12 noches seguidas con Estrella, la madre de Tomás, a quien ella no conoció, pero que en sueños le hablaba, mientras tomaban una limonada a la orilla de la playa, en esa misma playa donde se sentó a conversar con Tomás, narrándole su vida desde que salió embarazada. Cada noche le contaba un poquito más, hasta el último día, cuando le dijo donde vivía Tomás, lo maravilloso que era, cuánto estaba sufriendo y el deseo que tenía de que lo conociera y lo adoptaran ella y su esposo, porque estaba segura de que tanto Tomás como ellos, serían inmensamente felices juntos. Le habló de las luciérnagas y de la estrella que le susurraba a Tomás. Y así, sin pensarlo, Margarita, con el apoyo incondicional de su esposo, se fue a perseguir el sueño que, finalmente, para su grata y bendita sorpresa, halló en aquella playa.

Hablaron con Fermín y Blanca, quienes lo hicieron todo muy difícil y complicado, desde el primer momento. Pensaron en todo menos en el niño y en su bienestar, pidieron dinero, como si Tomás fuera un objeto en venta, pero Antonio y Margarita se movieron muy bien y muy rápido, presentaron a las autoridades competentes, pruebas del trabajo que estaba pasando el niño, las condiciones precarias en las que vivía; y demostraron el beneficio que representaba para Tomás, esta adopción. Sumado a ello, el niño tenía edad suficiente para dar su testimonio objetivo y sincero y así lo hizo. En pocos meses se convirtieron en los felices y orgullosos padres de Tomás, quien no podía estar más agradecido con ellos, con la vida hermosa que le habían regalado y la maravillosa familia que juntos habían formado.

Han pasado 15 años y Tomás sigue viendo la estrella grande brillar entre las demás, encontrando luciérnagas a cada paso de su camino, rezando al Ángel de la guarda cada noche y pidiendo la bendición a Estrella, antes de dormir.

Y llegó el 15 de junio de 2025, día grande para todos, porque Tomás recibía su título de médico cirujano magna cum laude en la Universidad Central de Las Américas y fue aceptado con una beca en Harvard, para hacer su especialización en Neurocirugía pediátrica.

Y así como sus amados padres tenían esa noche un lugar especial en el público, Tomás quiso que también estuvieran allí, su tío Fermín y mamá Blanca, quienes lo criaron hasta los 12 años, con todo lo que tenían, lo que podían y lo que sabían. Para Tomás, con el mismo corazón puro y bueno de su infancia, significaba mucho poder agradecerles también a ellos, en ese día tan especial.

Le tocó a Tomás decir las palabras en nombre de todos los graduandos. Como era de esperarse, fue un discurso magistral y muy emotivo, cargado de gratitud a su madre biológica y a sus padres adoptivos, los de una época y los de otra, que sacó lágrimas a todos los presentes. Previa mirada al cielo, a través de una claraboya, en dirección a su estrella siempre cercana, siempre presente, cerró diciendo:

̶ Este era el momento que una vocecita en mi interior me susurraba desde niño que debía esperar. Esperé sin entender, sin saber lo que esperaba y finalmente llegó. Ese momento es hoy. Felicidades colegas, a salvar vidas, porque somos médicos cirujanos.

Sus palabras fueron seguidas de una ovación de pie por parte del público con aplausos interminables. Y como por arte de magia, una libélula entró al recinto cerrado y comenzó a revolotear a su alrededor. 

Colorín. colorado... Me imagino que este cuento ha terminado ¿Tú qué crees?

"Lee, sueña, conecta y desconecta".


María Eugenia Álvarez Brunicardi.

@soymariaealvarezb

Santander, 28 de abril de 2025.

Comentarios

  1. Gloria Cristina Grooscors28 de abril de 2025, 8:02 a.m.

    Es una historia hermosa que nos hace volver a tener corazón de niño, nos hace volver a creer en los sueños. Aún grandes no nos olvidemos de soñar y luchar por nuestros anhelos porque los sueños se cumplen. Gracias por inspirarnos Maucha! ⭐️

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  2. Que cuento tan hermoso!!!!!! Me encanto!!!! 😍😍

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  3. Lindo cuento Maucha; este fin de semana que vienen mis nietos se los voy a leer

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  4. Gracias Maucha, que lindo tu cuento!! Me encantó. Te felicito una vez más por lo bello que escribes, que don tan maravilloso tienes.

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  5. Mauuuu hasta llore que belleza
    Que especial la. Forma de decir que hay que creer sin ver y que el niño se llame Tomás !!! Dios bendiga tu capacidad de escribir y tocar corazones y porque no hasta de evangelizar, y porque no poder tener relatos como estos que te ayudan a seguir adelante pegaditos a Papá Dios y a su misericordia.
    Felicitaciones sigue escribiendo!!!!

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  6. Agradecida de que compartas una historia tan linda, soñar es esa parte del existir que nos lleva a la cima deseada. Leerte me dice que has alcanzado espectacular logro y que tú 🌟, que titila en ti, seguirá iluminando a quienes te queremos bien.

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  7. Hola Maucha, que belleza de cuento ! Te felicito por tu talento para escribir 👏🏻👏🏻👏🏻

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  8. Excelente cuento ,lleno de palabras claves que sirven de motivación.
    Me encantó la narrativa me emociono a tal punto que retrocedí a mi niñez, fui una niña soñadora que se sentaba a ver el cielo ,que casualidad!
    Tú narrativa siempre,siempre me llega al alma, muchas gracias por compartir tus relatos .
    Felicitaciones querida Mau ,te admiro mucho , bendiciones infinitas para tí y tú familia

    Con cariño Elia Ferreira

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  9. Que hermoso cuento Mau.
    Me encantó.

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  10. Que bello Mau!!! Me conmovió muchísimo. Me recuerda que Dios tiene un plan para todos nosotros desde que nacemos. Gracias por compartir!

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  11. Bellísimo cuento Maucha como siempre lo haces!! Me trasladé con la descripción de la playa a mi querida isla Margarita…me conmovió mucho ese cuento tan sencillo pero tan profundo! !Gracias prima querida!

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  12. Que belleza manita, la historia de Tomás.
    Me cayó una basurita en el ojo .
    Me encantó
    Tu hermanita

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  13. Que belleza de cuento.
    Me hizo llorar y no quería que se terminara. Gracias Mau por tus relatos y cuentos maravillosos. “Hildy”

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  14. Cómo quisiera que el mundo entero te leyera!!! Qué hermosa eres... Amo tu creatividad!!! Todo lo que sale de trinde esa cabecita y ese corazón

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