!FELIZ DÍA DE LA MADRE EN ESPAÑA!
Por aquí les dejo un abreboca de "algo" que estoy escribiendo...
Inicio de un año, de una década, de un siglo, de un
milenio.
Comienza
a caer la tarde blanca y helada del sábado 13 de enero del año 2001, en Saint
Jean Pied de Port, localidad del País
vasco francés ubicada a 8 kilómetros de la frontera franco española.
Lugar conocido por sus casas de tejados rojos y fachadas blancas entre las que
fluye el río Nive, dejando unos magníficos puentes de piedra a su paso. Emblemático
por ser punto de partida de los peregrinos en el camino francés, una de las
tantas modalidades para hacer el famoso camino de Santiago, que los lleva hasta
Santiago de Compostela o hasta Finisterre en España, bajo diferentes
motivaciones… religiosa, deportiva, gastronómica, cultural...
Camille Dubois, en su acogedora cabaña de madera,
ubicada en una pequeña zona residencial de la localidad, vestida con un atuendo
cómodo, informal y muy abrigada, luego de mucho meditarlo decide abrir el
pequeño baúl de madera tallada, que había permanecido cerrado por años a un
lado de su vieja mecedora… el propio custodio de sus recuerdos guardados bajo
llave, con la intención de borrarlos completamente, de su mente y de su
corazón, lo que hasta ahora había resultado un absoluto fracaso. Se dispuso
entonces a extraer del interior del baúl, con mucha delicadeza, como si de una
pieza muy frágil y valiosa se tratase, un álbum de fotos color café cubierto de
polvo, con la piel áspera, mohosa y agrietada por el paso de los años. Cerró el
baúl, sacudió el polvo del álbum, limpió la humedad cuidadosa y suavemente, lo
dejó sobre la tapa y se dispuso a abrir la botella del Cabernet Sauvignon de la
región de Bordeaux que había reservado para una ocasión especial. Camille
presentía que esta, había llegado, vislumbrando que sería, como mínimo,
impactante. Si de algo tenía plena consciencia era de aquello a lo que se iba a
enfrentar; lo que no sabía era cómo reaccionaría después de tanto tiempo. Se
sirvió entonces una copa de vino, la colocó en una mesita lateral y se sentó,
plácidamente, justo frente a la chimenea encendida, en su confortable mecedora
de madera con esterilla y almohadones mullidos. Cubrió sus piernas con una
manta tejida de cuadros azules y verdes y sobre ella, el viejo álbum café, tan desteñido
y pelado que, si lo rozaba con sus uñas la piel se desprendía fácilmente.
Tomó entonces la copa por el tallo, con suavidad, sin
tocar el cáliz y comenzó a girar el vino para oxigenarlo, liberar los aromas y
realzar su sabor, conocimientos que eran tanto del dominio como del disfrute
absoluto de Camille. Saborear un buen vino, se había convertido para ella, en
uno de los pocos y más grandes placeres de su vida. Y haciendo las veces de
preámbulo, el proceso de oxigenación, duplicó su encanto.
Abrió pues el tan temido álbum color café, que inmediata y automáticamente cerró, sobresaltada por un estruendoso ruido. Sobresalto que, por fortuna duró solo unos segundos, hasta percatarse de que se trataba de Brigitte, su elegante, grande, esbelta y peluda gata blanca, su eterna compañera, que vivía con ella desde hacía tanto tiempo, que había perdido la cuenta de los años que llevaban juntas.
Ese día, Brigitte jugaba a esconderse en un jarrón enorme de arcilla. Camille, que no lo sabía, colocó unos libros pesados sobre él y la gata, intentando salir, los empujó desde dentro con tal fuerza, que no solo cayeron estos, sino que el jarrón se volteó y estalló en mil pedazos, algunos muy silenciosos sobre la alfombra persa, pero la mayoría, que llegó hasta el piso de caico, ocasionó un sonido y un movimiento tan intensos que resultó lo más parecido a una explosión. Como era obvio, la copa con el cabernet costosísimo recién aireado, no logró escapar del accidente, volando por los aires el preciado líquido y los fragmentos de cristal para luego caer al piso como en cámara lenta. No era la primera vez que ocurría algo semejante, pero Camille no se acostumbraba ni a las sorpresas ni a la inteligencia de la fiel felina, que parecía humana con cuatro patas… Algunas veces, una niña traviesa y otras, una mujer fatal, siempre con su abrigo de piel blanco y su original y llamativo antifaz negro, alrededor de los ojos.
Superado el episodio gatuno, Camille se sirve una nueva copa de vino, repite el ritual de cata, recoge su álbum café que, con el susto, había dejado caer al piso y sacude con cuidado de no cortarse, las esquirlas de barro y cristal que lo cubrieron. Se sienta y lo abre de nuevo en la primera página, la que no alcanzó a ver antes. Imágenes en sepia, desteñidas y borrosas, alteran nuevamente su estado de ánimo, que antes había pasado de la quietud ansiosa a la tormenta y luego de vuelta a la calma, para llevarla ahora a una profunda nostalgia a punto de convertirse en melancolía… Sigue pasando páginas, mirando detallada y fijamente cada foto. Una en particular, logra captar su total atención y en ella, se detiene por un largo rato… Las lágrimas comienzan a brotar como cascadas, rodando por sus mejillas.
De pronto, una mariposa azul apareció de la nada y comenzó a revolotear alrededor de Camille, lo que, como por arte de magia, hizo que el llanto cesara, se borrara la tristeza de su rostro, se disipara la tensión acumulada sobre sus hombros y la hiciera sonreír. Como si un soplo de paz la acompañara en ese instante, se dirigió a la mariposa y le habló en voz muy baja, suave, casi imperceptible. Haberla visto y sentir un alivio, parecían la misma cosa. Su reacción de familiaridad, tan natural, ante la presencia del insecto, resultaba absolutamente inexplicable.
Camille era una mujer de facciones finas, de piel blanca, alta de estatura, ojos almendrados color miel y cuello largo, elegante y llamativo, especialmente por el lunar muy delicado color canela, ubicado debajo de su oreja derecha, que parecía una obra de arte, con pinceladas café oscuro, esparcidas sobre él. En su cabello negro, abundante y brillante, generalmente recogido, ya se podía notar la luz incipiente de algunos hilos plateados que comenzaban a aflorar dispersos como anuncio de sus cincuenta recién cumplidos. A pesar de su belleza natural, el correr del tiempo y su forma introspectiva de reaccionar frente a las adversidades, que no fueron pocas, parecían haberla golpeado físicamente, de manera implacable. Líneas de expresión muy marcadas en su frente, mejillas, alrededor de la boca y de sus ojos tristes, hacían viejo y desgastado, prematuramente, un rostro hermoso que otrora fuera digno de miradas, elogios y alabanzas. No obstante, ni las arrugas ni la languidez de su mirada, nada en lo absoluto, había logrado opacar su porte elegante y mucho menos, la dulzura de su sonrisa.
Acto seguido a la sorpresiva aparición de la mariposa, Camille vio el reloj y dijo para sí: «¡Dios! ya son las 20:30». Recordó que una pareja de recién casados, llegaría a las 21:00, a la posada contigua a su casa, de la cual era propietaria y a la que había dedicado los últimos años, con total entrega y de manera muy profesional. Ofrecía siempre una atención cercana y personalizada a sus huéspedes, haciéndolos sentir como en casa. Aunque contaba con personal capacitado, en la medida de lo posible le gustaba ser ella misma, quien les diera la bienvenida. Otro de sus pocos, pero grandes placeres.
Empujando delicadamente con sus pantuflas, el reguero de fragmentos de barro y cristal, decidió dejarlos como estaban para que la chica que llegaría temprano al día siguiente a ayudar con la limpieza, se encargara del desastre. Encerró a Brigitte en la biblioteca, para evitar que se hiriera con un pedazo roto y se apresuró a acicalarse para ir a recibir a sus huéspedes, a quienes condujo hasta su habitación y les pidió acompañarla luego hasta el pequeño bar de la posada, para ofrecerles los mejores vinos, fiambres y quesos franceses como aperitivo antes de la cena.
De vuelta al enigmático álbum café, representaba este, una etapa en la vida de Camille que era como una caja negra que se movía entre su cabeza y su corazón, peleados por años entre sí, que la llevaba a debatirse entre lo que le soplaba su voluntad y lo que le susurraba su orgullo, impidiéndole tomar las decisiones importantes que debía tomar.
El álbum contenía fotografías del orfanato. Un álbum que ella misma rellenó al cumplir la mayoría de edad más de 30 años atrás, cuando recibió las fotos que le entregó la superiora del convento y que, inmediatamente guardó para nunca más volverlo a ver, hasta ese 13 de enero de 2001, cuando decidió reabrir un capítulo que, creyendo haber enterrado, aún no había logrado quitarle la vida.
Nueve meses después de aquella gélida tarde, la fresca mañana otoñal del viernes 15 de octubre, Camille decide reabrir el baulito de los recuerdos y extraer, nada más y nada menos que el diario púrpura, el que había recibido como regalo de las monjas en su Primera Comunión, un libro muy gordo que fue rellenando casi a diario, a lo largo de toda su existencia, al que tuvo que anexarle otro, porque resultó insuficiente para tantas historias.
Luego de sacudir el polvo del diario y poner música clásica de fondo, esta vez con un chocolate caliente y la peluda Brigitte echada a su lado, se sentó en la butaca reclinable de piel mostaza, estiró las piernas y abrió el diario con su llavecita plateada. Comenzó a leer, a reír, a llorar de nostalgia, a reír de nuevo, a revivir su infancia y juventud, a través de aquellas páginas. Aunque había momentos de sentir el abandono, parecían pesar más los ratos bonitos con las niñas y las monjas. Y la presencia de las mariposas azules, sin explicación alguna, siempre en sus narraciones, en sus escritos, en su vida. Leer sin parar como lo hizo esa mañana, obligatoriamente la condujo hasta aquel aciago día en el que su cuerpo y alma virginales se enfrentaron a un vil ultraje, como primer encuentro con la realidad londinense, el que no recordaba haber descrito con tantos detalles en el diario, y como era obvio, no solo la hizo estallar en llanto, la rompió por dentro en mil pedazos. Al finalizar sus estudios de bachillerato, Camille se había ido a estudiar a Londres y vivía en una residencia estudiantil con varias compañeras, que comenzaban a ser amigas.
Una noche, tres meses
después de haber llegado a la capital inglesa, Camille salió a un pub con sus
nuevas amigas y mientras compartían con gente que acababan de conocer, fue
drogada y brutalmente violada, momentos de los que solo recuerda tratar de
luchar y no poder moverse. El individuo sin escrúpulos, después de su perversa
y deplorable hazaña, la dejó tirada en la puerta de un hospital y se dio a la
fuga. Camille despertó adolorida en una habitación, conectada a un suero, calmantes,
antibióticos y sangre que le transfundían, porque al caer al piso en la entrada
del hospital, se golpeó la cabeza y perdió mucha sangre. Pasó un mes
hospitalizada por las heridas, laceraciones y contusiones que cubrían su
cuerpo. Luego de recuperarse físicamente, decidió regresar a Francia,
emocionalmente devastada. Pero al poco tiempo, el estrés post traumático, la
llevó a estar internada por un año en una clínica de reposo mental, con
tratamientos psiquiátricos arcaicos que, buscando tratar su mente por el
trauma, muy poco ayudaron a sanar su alma y su espíritu.
La tristeza y el enorme resentimiento que
sentía Camille hacia sus padres por haberla abandonado, se mezclaron esa mañana
con más fuerza que nunca, con la ira reprimida al pensar en lo diferentes que
habrían sido las cosas de no ser por esa ausencia. Brotaron la impotencia, el dolor,
la frustración y todas aquellas emociones que nunca supo gestionar. Necesitaba
vaciar el corazón de las piedras pesadas que arrastraba sola, que cargaba al
hombro, sin drenar, sin compartir, enquistadas, creyendo que podría borrarlas o
deshacerse de ellas. Pero ahí seguía la basura de los recuerdos, intacta, recorriendo
sus venas, sintiéndose incapaz de llegar hasta el verbo mágico de solo ocho
letras, que para ella se había convertido en tabú, aún con la absoluta
certeza de que hasta no materializarlo, su alma jamás habría de sanar. Sabía
que debía hacerlo, no como una simple disculpa o un gesto de cortesía, no como
un regalo para favorecer a quienes la hirieron, sino desde el corazón, como una
gracia y una bendición para ella, para sanar, para amarse a sí misma y
recuperar la dignidad y la paz que su alma había perdido. ¿Será Camille capaz
de perdonar?
Una mariposa azul se posó a un lado de la
taza de chocolate que ya había dejado de humear.
María Eugenia Álvarez
Brunicardi.
Santander, 4 de mayo de 2025
Me gusto mucho este relato. Es increíble el cambio que se produce de la descriptiva de una escena apacible , a otra tan dolorosa y dramática.
ResponderBorrarMe parece interesante tratar el tema del del perdón.
Mariela Brunicardi
Qué bonita historia, aún cuando es dolorosa nos trae el alivio del posible perdón, creemos los lectores que así sucederá, y eso llenará de paz a la protagonista. Me gustó mucho la narración y la imagen de la mariposa. 🦋 todos debemos esforzarnos en fluir y dejar que las emociones vuelen para que no permanezcan causando estragos. ( Gloria Cristina)
ResponderBorrarDetallista, descriptivo, minucioso, como para hacernos vivir realmente el momento de Camille, la mariposa, el vino, Brigitte, los recuerdos... Abrazos y bendiciones
ResponderBorrarMuy creativo este nuevo relato, querida amiga. Cada día profundizar con tu imaginación en terrenos del alma humana.
ResponderBorrarConmovedor, triste, aleccionador y alegre también.
ResponderBorrarMe encantó
Tu hermanita
El perdón es un acto hermoso, que muchos no lo hacen por orgullo, y no saben ellos que te alivia el peso. Me encantó tu relato, tú sabes que me encanta como escribes, que el Espíritu Santo te siga bendiciendo.
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