¡Bendecido sábado de Gloria!
Es muy poco frecuente que publique dos días seguidos, pero resulta que esta es una meditación que escribí para la Cuaresma, que nunca llegué a compartir. Después pensé publicarla ayer, Viernes Santo, pero se me presentó la misa del Jueves Santo, de la que no podía dejar de escribir. Así que aquí vamos, hoy, sábado de Gloria, con esta meditación larga sobre acompañar a Jesús en su camino a la cruz.
El
Espíritu Santo, me mostró el camino para escribir estas líneas, a través de una
frase del Padre Jorge Enrique Mujica, L.C, que dice así:
«Y a veces nos hacemos preguntas
interiores como: “¿Qué es más importante: el destino o el viaje?”. Y entonces
nos responde Dios con su luz: “la compañía”». @web_pastor
Con
ayuda de los Evangelios y de la tradición que alimenta cada estación del Vía
Crucis, decidí emprender en mi cabeza y en mi corazón, el recorrido que hizo
Jesús hasta el lugar donde fue crucificado. Y como si el gps de mis sentidos me
hubiese conducido hasta la mismísima ciudad santa, allá llegué. Y a través de
ese largo y tortuoso camino, seguido de un destino inhumano y cruel, vi y sentí
mucho dolor, pero también encontré virtudes a imitar, vicios y debilidades a
superar, responsabilidades que asumir y muchísimo que agradecer… Pude ver a los
que se burlaban de Jesús y disfrutaban de aquel horrendo espectáculo, así como
también vi a aquellos que lo acompañaron, tanto en el recorrido, como en lo que
parecía ser, el terrible final. Y todo, me hizo recordar la respuesta de Dios,
en las palabras del Padre Mujica: “lo más
importante es la compañía”.
Hoy
quiero invitarlos a caminar hasta El Calvario, a ser esa compañía tan
importante para Jesús y tratar de entender, desde lo más profundo de nuestro
corazón, ¿qué nos quiere decir hoy a cada uno? a través de su Pasión, muerte y
gloriosa Resurrección. Y por supuesto… ¿qué podemos ofrecerle, desde nuestra
pequeñez, desde nuestra miseria?
Ya en Jerusalén, en el propio lugar de los hechos, a pesar de estar alejada de la escena, evitando la muchedumbre que crecía cada vez más y más, y se agolpaba frente a la casa de Poncio Pilato… pude ver, aún en la distancia, ese gesto, eterna e inevitablemente recordado por todos, de lavar sus manos, desentendiéndose de toda responsabilidad y luego… escucharlo decir al pueblo: ”Yo soy inocente de esta sangre, allá ustedes”. Seguido de la respuesta cruel, ignorante e inhumana del pueblo: “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. Inmediatamente, Pilato entregándoles a Jesús, para que lo crucificasen.
Y yo me preguntaba ¿Qué ojo u oído humano, con una brizna de ternura en el alma, podría dar crédito a semejante aberración? Solo seres desalmados, poseídos por el mal o con un nivel de ignorancia absoluto de la verdad, eran capaces de avalar tal sinsentido, fuera de todo entendimiento posible.
Luego los soldados llevando a Jesús al tan nombrado pretorio, en el interior del palacio y llamando a toda la tropa, vistiéndolo con un manto rojo y trenzando una corona de espinas, que al colocar con fuerza sobre su cabeza hizo correr la sangre hasta sus mejillas, por las espinas punzantes que desgarraban su piel. Y todo aquello, junto al desprecio de escupirle, la maldad de golpear su cabeza con una caña y la terrible burla de saludarlo diciendo: -¡Salve, rey de los judíos!... y poniéndose de rodillas frente a él, simulando rendirle homenaje a un rey que, para ellos, realmente no era nadie. Para quitarle después el manto rojo, vestirlo con su ropa y sacarlo del lugar para llevarlo a ser crucificado…
Todo, absolutamente revestido de una crueldad
inhumana que parecía interminable, infinita… ¡Cuánto dolor, Dios mío!, en tu
cuerpo y en tu alma!
Y comienza entonces el largo,
tortuoso y empinado camino hacia el Gólgota, el lugar donde sería crucificado…
Y el terrible peso de la cruz, que debilitaba cada vez más sus fuerzas, lo hizo
caer por primera vez.
Un
poco más adelante, María, su madre, lo encuentra… encuentra a su hijo amado,
golpeado, maltratado, adolorido, cargando una cruz pesadísima sobre sus
hombros, camino al sacrificio en esa misma cruz.
La mirada de María desprendía una tristeza tan profunda, sus
ojos enrojecidos, las lágrimas que no dejaban de brotar, rodaban por sus
mejillas y llegaban hasta su cuello… Vi el dolor más grande que un ser humano
pueda experimentar, imposible de explicar, imposible de ocultar. Pero toda
aquella escena de sufrimiento, parecía armonizar con una fortaleza y una
serenidad sobrenaturales, lo que le permitió besarlo, tocarlo, aunque sin poder
apretarlo fuerte contra su pecho, como hubiera querido, por la presencia de aquella
horrible pero bendita cruz. Pudo mirarlo fijamente a los ojos, decirle cuanto
lo amaba, y permitirle seguir su camino, ese camino cruel que, segundo
a segundo, le restaba aliento de vida. Y lo acompañó sin descanso, lo más cerca
que le fue posible, en medio de aquella multitud enardecida, que lo abucheaba,
sin piedad.
¡Dios!, cuantos sentimientos encontrados
se mezclaron en mi corazón… una tristeza muy honda por el dolor de tu Hijo y
por el de su madre al verlo sufrir. Una ira incontenible frente a tal
injusticia… pero también una ternura muy grande al contemplar lo que hacía y
experimentaba Jesús por amor y lo que soportaba María, por amor a su Hijo amado
y por la humanidad entera… El sacrificio de Jesús que era el sacrificio
de María.
De pronto,
un tal Simón, natural de Cirene que, al regresar del campo, pasaba por allí,
fue obligado a llevar la cruz detrás de Jesús. Si bien, no parecía estar para nada
de acuerdo con aquella decisión arbitraria, que él no había tomado y que
representaba un gran esfuerzo físico y mucho dolor… algo me dijo en el corazón, que Simón, sin ser un seguidor de Jesús,
sufrió un fuerte sacudón en su alma, al saber que la cruz que había cargado, aún
en contra de su voluntad, era la cruz del Mesías, del Salvador, quien daba su
vida por los pecadores, para que todos los que creamos en Él, podamos entrar al
Cielo… Recordé entonces, las tantas veces que nos toca hacer algo que nos
cuesta y no queremos hacer, y pensé, que diferente sería, si en esos momentos,
nos sintiéramos como Simón, ayudando a Jesús a cargar la cruz y ofreciéndole
nuestro malestar, nuestro dolor, nuestra incomodidad, como un pequeño abrazo,
mínimo, comparado a los que Él nos da, y de los que muchas veces , ni nos
enteramos.
En este
punto del camino, pude ver un sentido diferente en el AYUNO.
Para una vez al año que acompañamos a
Jesús en el camino al Gólgota y reflexionando un poco sobre lo que le tocó al
cireneo… me pregunto… ¿cómo no ayunar? Y no tanto de comida y bebida, que está
muy bien, ofrecer ese mínimo sacrificio de privarnos de algo… pero más que eso,
es ayunar de queja, de crítica, de envidia, de soberbia, de maledicencia, de
frivolidad, de falsos dioses… y de tanta basura que nos envenena el alma… Y
estoy convencida de que cada quien, en su corazón, sabe, perfectamente, de qué
tiene que ayunar…
Más adelante, se encuentra Jesús con Verónica, esa joven
piadosa de Jerusalén, que secó el rostro de Jesús con un lienzo. Y este gesto,
ocasionó que se formara en él, una perfecta imagen de la cara de Jesús,
conocida como el ‘Santo Rostro’. Y Verónica, llorando, abrazaba ese pedacito de
tela contra su pecho, con amor, con adoración y con mucho dolor en su corazón,
por ver sufrir al maestro, en quien ella, sí creía y confiaba.
Y nuevamente, el terrible momento de ver caer por segunda
vez en su recorrido, a aquel cuerpo débil, agotado, malherido, sangrante y
adolorido, producto del maltrato y de la brutal carga del madero sobre sus
hombros. Y todo aquello… sabiendo que era el hijo de Dios...
¿Cómo no preguntarme
entonces?… ¿Cómo sería el dolor en cada parte de su cuerpo, en cada fibra de su
piel? Más la horrible traición, que aumentaba su dolor… Aun sabiendo que cumplía
la voluntad de su padre para la salvación del mundo, para que creamos en Él y en
la conversión del corazón, para que todos podamos entrar al cielo… Aun sabiendo
que era el hijo de Dios, y que habría de resucitar al tercer día… Sí, aun así,
porque en ese momento, el que sufría no era Dios, sino el hombre, ese hombre que,
siendo Dios, se encarnó para salvarnos.
Y se encuentra entonces Jesús, con las mujeres santas,
aquellas que lo seguían, lloraban y se golpeaban el pecho por él. Y Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo:
‘Hijas de Jerusalén, no lloren por mí. Lloren más bien por ustedes mismas y por
sus hijos’”.
Y
ya muy cerca del Calvario, lugar donde sería crucificado, Jesús cae por tercera
vez, inevitablemente, por el peso de la cruz.
Llegaron finalmente al sitio llamado de la Calavera y literalmente, lo clavaron, salvaje e inhumanamente en aquella cruz, colocando clavos en sus manos y en sus pies… y con él, a los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Y los soldados tomaron sus vestidos y los dividieron en cuatro partes, una para cada uno de ellos. ¿Cómo jugar con tal dolor, con tal sufrimiento? Y me vuelve la expresión “sinsentido”, porque eso era, exactamente, un interminable “sinsentido”, hasta que logramos la visión sobrenatural que nos permite entender la razón.
Aquí
comprendí de qué se trata la verdadera LIMOSNA, que no es más que caridad, en
el más puro de los sentidos.
Limosna no
es dar de lo que nos sobra, es comprender que compartir con el necesitado es lo
que nos acerca a Jesús… es compartir bienes, tiempo, espacio y cariño. Es
escuchar, es ofrecer empatía y comprensión, es perdonar, ayudar y soportar, es
aconsejar, consolar… Y no olvidar nunca la parábola del juicio final… “Lo que
hagan a uno de estos más pequeños a mí me lo hacen…”
“Jesús gritó muy fuerte: ‘Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu’. Y dichas estas palabras, expiró”.
Si
encontrar y mirar fijamente a su hijo, con el peso del madero sobre sus
hombros, ver, vivir y sentir su dolor, fue desgarrador para aquella madre, no
existen palabras para describir lo que habrá sido cargarlo entre sus brazos,
sin vida, tras su descenso de la cruz. Momento inenarrable, que inspiró la
Piedad de Miguel Ángel, una de las obras de escultura más famosas y replicadas
en el mundo entero, así como una de las escenas más conmovedoras que ojos
humanos hayan podido contemplar.
José
de Arimatea, amigo de Jesús, fue quien lo bajó de la cruz y lo envolvió en una
sábana, lo colocó en un sepulcro excavado en la roca e hizo rodar una piedra
grande contra la entrada de la tumba.
En medio de tanto dolor, el valor de la amistad, afloraba
con tal afecto y desprendimiento, que pude sentirlo como una luz de la que
debemos aprender, para ver y reconocer el bien, actuando siempre como el arma
más poderosa, capaz de vencer el inmenso mal, que nunca va a dejar de existir.
Y al final
del camino pude ver con claridad la importancia de la ORACIÓN.
Para lograr el ayuno y la limosna desde el corazón y no como el mero cumplimiento de un formalismo, necesitamos de la oración cercana y sincera con el Señor, que es lo único que puede, según sea su voluntad, librarnos de la adversidad… o fortalecernos ante ella y ayudarnos a superarla.
La oración de Jesús en el huerto, desde el ojo humano, parece no tener sentido, parece no haber servido de nada, pero nuevamente, con una mirada sobrenatural, podemos entender que esa oración era necesaria, que Jesús no buscaba ser eximido del dolor, porque, aunque asomó en ella, la posibilidad de no beber de aquel cáliz, lo hizo con la firme disposición de cumplir la voluntad de su Padre, sin importar la que aquella fuere o implicare.
Dentro de mi miseria humana, en mi escaso entendimiento de las cosas de Dios, casi alcanzo a tocar una esquinita de mi pobre comprensión sobrenatural, de esa tan grande que hace falta para reconocer la perfección de la cruz. Ese dolor y ese sufrimiento, así como llevaron a Jesús a su gloriosa Resurrección, pilar fundamental de nuestra fe, ha de llevarnos un día, a cada uno de los mortales creyentes, a caer de rodillas, frente al Maestro, a postrarnos a sus pies y a mirarlo cara a cara, a vivir ese momento que hemos esperado, deseado, o al menos, imaginado, toda la vida.
A Dios, la
gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.
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María Eugenia Álvarez Brunicardi (Maucha).
30 de marzo de 2024
Oír la pasión de Cristo, puede resultar mirar una secuencia de estaciones detrás de un grupo de gentes que recorren una narrativa dolorosa que se sigue en un ritual religioso. No hay pasión. La Pasión es un deseo intenso o un interés desmedido por algo demasiado valioso, por prevalecer aún a costa de un alto precio. Al leerte, escucho el valor del acompañamiento profundo de los sentimientos de cada estación del Vía-crucis relatado desde tu espíritu apasionado. Así es indubitable empatizar profundamente con el deseo que ilumina la certeza de ser afortunados seguidores de nuestro Dios amoroso, generoso, compasivo y siempre dispuesto a rescatarnos de cualquier sepulcro, para que vivamos acompañados por él en cualquier circunstancia.
ResponderBorrarAy Maruchita que belleza !! Un caminar a su lado tan real y profundo.
ResponderBorrarUn escrito para leer una y otra vez para no olvidar nunca todo lo que ha hecho Jesús para cada uno de nosotros!!! 🙏🙏❤️❤️amarnos sin límites.
Tqm y admiro muchísimo todo lo que estás haciendo, eres muy especial y le estás llegando a muchas almas.
Emocionante leerlo de esta forma tan real y cercana. 🙏🏽 La felicidad no es tener una vida cómoda, si no, un corazón enamorado… y solo es capaz de encontrarse en el misterio de esa cruz. 🫶🏽 ¡Qué Dios te bendiga Mayu! Gracias por compartirlo. 🧡
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